jueves, 14 de agosto de 2014

Motivar y motivarse



Motivar y motivarse: reflexiones en torno a la motivación en el trabajo

Puede decirse que la motivación es el resorte que activa todo nuestro capital humano en busca de resultados.  En esta breve afirmación inicial hemos utilizado conceptos cuyo significado ha evolucionado sensiblemente en los últimos cien años. Satisfechas ahora, casi siempre, nuestras necesidades básicas, los trabajadores de grandes y medianas empresas nos movemos ya en busca del afecto, el reconocimiento, la autorrealización, la autonomía y aun el poder, tanto más cuanto mayor sea nuestra cualificación. En una empresa bien organizada y dirigida, la motivación en las personas es seguramente la norma; pero no se nos escapa que es vulnerable: la motivación padece esporádicas interferencias, procedentes, por ejemplo, de aparentes contradicciones en la organización, de desencuentros personales o de agravios comparativos. Tradicionalmente, se ha pensado que los jefes debían motivar a sus colaboradores, pero esta idea ha de ser objeto de matización y reflexión, ahora que se van consolidando postulados como el empowerment, el liderazgo, el trabajo en solidaria colaboración, el compromiso con el proyecto de empresa y la calidad de vida en el trabajo.

Cuando, quien esto escribe, empezó a trabajar hace 30 años, se encontró con un nuevo significado del verbo motivar. En la Universidad no nos habían hablado de eso, o quizá uno no se había enterado. Desde luego, se necesita motivación para estudiar y encarar los frecuentes exámenes que conducen al título; pero francamente uno no estaba preparado para el léxico laboral. Al consultar, por cierto,  el Diccionario de la RAE se lee, en tercera acepción:  “Disponer del ánimo de alguien para que proceda de un determinado modo”; se trata de un verbo transitivo. Puede que las circunstancias familiares-sociales, e incluso algún buen profesor, nos motivaran a aprender, y puede además que nosotros mismos encontráramos estímulo en la superación de obstáculos. De modo que, en la práctica, quizá hemos de considerar el verbo también un poco reflexivo: motivarse. De hecho, uno considera más efectiva la automotivación que aquella trasnochada motivación procedente de su primer jefe, cuando tanto se le notaba que nos estaba intentando motivar. Hoy los buenos directivos, conscientes de la mayoría de edad de sus colaboradores, procuran crear un entorno que propicie la automotivación o motivación intrínseca de estos, y tratan de evitar malas prácticas que les desmotiven o desconecten de la sinergia organizacional.
Aunque conocemos bien la ironía que le caracteriza, Scott Adams parece mostrarse cada día más convencido de que los jefes no pueden motivar a sus colaboradores, aunque sí tienen gran capacidad para desmotivarles. Seguramente hay un poco de todo: nos resistimos a creer que el directivo-líder no posea un papel determinante en la motivación o energización de las personas de su entorno de influencia. De hecho, Bob Nelson parece conocer “1001 ways to energize employees”.

Un poco de historia 
La gestión de las personas ha evolucionado muy sensiblemente en los últimos cien años en busca de mayor productividad y, como se recordará, quizá los primeros estudios que contribuyeron decisivamente a ello fueron los efectuados en Hawthorne, una planta industrial de la Western Electric cerca del Chicago de Al Capone. Los expertos que, entre finales de los años 20 y principios de los 30, participaron en estos estudios fueron, entre otros, Elton Mayo, Fritz Roethlisberger y William Dickson, colegas de la Universidad de Harvard. Se trataba de observar la influencia de factores ambientales (iluminación, por ejemplo) en la productividad de los trabajadores.
 
(Si el lector nos permite una digresión de cien palabras, habiendo citado al famoso gánster queremos aquí destacar lo muy motivados que se sentían Eliot Ness y su equipo, en su cerco a Capone. Ness no tenía todavía 30 años cuando el cuarto hijo de Gabriele y Teresina, Alphonse, nacido en Brooklyn en 1899, fue encarcelado (por evasión de impuestos, como se recordará) en 1931. Los estudiosos de aquellos hechos señalan dos elementos importantes en la intrínseca motivación de Ness: los sólidos ideales que le comprometían con la defensa de la ley y una visible disposición natural a actuar y encarar peligros. Su sueldo de apenas 3.000 dólares no explicaba los riesgos que corría, pero su motivación sí).
 
Cerrada la digresión y volviendo al ya referido experimento de Hawthorne, el especialista en comportamiento humano Elton Mayo obtuvo una, entonces contundente, conclusión: la mejora de productividad detectada constituía una respuesta de carácter psicológico. Por el hecho de sentirse observados, los trabajadores de la Western Electric se sentían estimulados a mejorar su rendimiento; generaban una reacción positiva a la atención de que eran objeto. Puede decirse que esta conclusión abrió paso al estudio de la motivación, que todavía hoy constituye un reto cotidiano para los directivos. Ya en los años 50 y 60, pensadores como Douglas McGregor, Abraham Maslow y Frederick Herzberg insistieron en el potencial disponible en los trabajadores  y aportaron valiosas ideas en torno al tema de la motivación, como igualmente lo hicieron David McClelland o Victor Vroom. El tema está todavía mereciendo la atención de prestigiosos gurús como Tom Peters, Anthony Robbins, Bob Nelson, Ron Archer o Stephen Lundin. El hecho es que el capital intelectual y emocional de las personas está adquiriendo una importancia crucial en la competitividad de las empresas, y la motivación, como decíamos, viene a  ser el resorte que lo activa, en beneficio de la organización.
 
Motivar
 
Cada individuo es único y el jefe debe atender a cada individualidad; pero habíamos dicho que los directivos deben crear el clima propicio para que emerja la motivación intrínseca, y algunos “mandamientos” cabe formular. Nosotros proponemos el siguiente decálogo del directivo:

·         Apoyarse más en la autoridad moral que en el poder formal.
·    Procurar a los colaboradores los recursos que precisen.
·    Dirigir con inteligencia emocional.
·    Enriquecer los puestos de trabajo.
·    Respetar la dignidad personal y profesional de los colaboradores.
·    Facilitar el desarrollo de los colaboradores.
·    Tener presencia auténtica (mindfulness) en las relaciones.
·    Impulsar el espíritu de equipo.
·    Alentar la creatividad y la innovación.
·    Permitir la participación en la toma de decisiones.




Motivar y motivarse: reflexiones en torno a la motivación en el trabajo (y 2)

Decálogo para motivar a los colaboradores
 
Todo lo anterior, y quizá alguna cosa más, constituye un catalizador de la deseada motivación, pero ya dijimos que cada persona ha de ser considerada de manera individual, cuando el jefe procura su mejor rendimiento y su satisfacción.
 
Enriquecer los puestos de trabajo

Frederick Herzberg, que en 1968 publicó el artículo seguramente más popular de la Harvard Business Review (“Una vez más: ¿cómo motiva Ud. a sus empleados?”), acuñó la expresión “job enrichment”, relacionada con el protagonismo del individuo en su ejercicio profesional. A esto nos referíamos en el cuarto punto del decálogo. Incluso aunque el individuo forme parte de un colectivo funcional (equipo orgánico o temporal), sus tareas deben formar un bloque identificable y significativo. De este modo, el individuo desarrolla un sentimiento de propiedad-responsabilidad que propicia su motivación y mejora su rendimiento. Si el individuo no conociera el significado de su trabajo, o lo considerara insignificante, difícilmente podríamos concebir un estado de motivación. Además, cada puesto de trabajo debe tener bien identificado el valor que añade, y su ocupante debe conocer su contribución a la satisfacción del cliente.
 
Por otra parte, difícilmente se puede un individuo sentir motivado si debe someter cualquier mínima decisión a la consideración de su jefe. La liturgia del poder (actos y gestos de autoridad formal) no constituye precisamente un catalizador para la motivación del trabajador. En beneficio de esta deseada motivación, el techo de los puestos de trabajo debe elevarse en lo posible, de modo que prevea la toma de decisiones.  A este respecto, los expertos propugnan que en las empresas, las decisiones deberían tomarse en el nivel más bajo posible (sin sobrepasar el razonable riesgo de error).
 
Automotivación y “flujo”
 
No todo está en la mano del jefe, sino que también nosotros tenemos mucho por hacer para disfrutar de nuestro trabajo y procurar que nuestro esfuerzo contribuya a la mejora del rendimiento. Puede uno incluso, por propia experiencia de los años 70, dar fe de que la automotivación ayuda cuando se es víctima, como tantos trabajadores, de una etapa de mobbing. Como se sabe, en el mobbing se arrebata a la víctima el afecto que necesita (recordar la jerarquía de necesidades de Maslow).
 
Seguramente, todos hemos experimentado, alguna o muchas veces, el deseo de hacer las cosas todo lo bien que podemos y hemos disfrutado haciéndolas: es el denominado estado de “flujo”, estudiado por el profesor Csikszentmihalyi cuando trabajaba en la Universidad de Chicago. El flujo es una especie de placentera euforia, consecuencia del alto rendimiento. En estado de flujo estamos plenamente inmersos en la tarea y nos parece que la hacemos sin esfuerzo; perdemos la noción del tiempo. Por todo ello, el flujo es automotivante y podemos decir, en definitiva, que el máximo rendimiento en la consecución de logros se produce cuando poseemos las competencias necesarias y disfrutamos de la tarea. No nos motivan las consecuencias del trabajo, sino el trabajo mismo.
 
Obviamente no siempre tenemos una tarea de la que disfrutar; entonces no será la propia tarea sino sus consecuencias lo que pueda motivarnos: logro, reconocimiento, sensación de contribuir a los resultados y a la satisfacción del cliente, etc. Conviene también recordar que la automotivación es, para numerosos expertos (Salovey, Mayer, Goleman…), una importante dimensión de la inteligencia emocional.
 
Satisfacción, motivación y rendimiento
Se suele concebir un cierto solape, e incluso una relación causa-efecto, entre la satisfacción y la motivación, y en efecto cabría pensar que nuestra disposición al logro resulta proporcional a nuestra satisfacción profesional… en general.  Pero también hemos de considerar que un individuo se muestra satisfecho de acuerdo con la relación entre lo que da y lo que recibe (no pensamos solamente en lo económico). Si esto fuera mayor que aquello, uno vería fortalecida su satisfacción; y si ocurriera al revés, uno tendría algún motivo de insatisfacción. Pero esta reflexión no descarta la posibilidad de sentirse satisfecho por lo que estamos haciendo, probablemente porque, como ya hemos comentado, nos gusta nuestro trabajo. Esta sería la deseable motivación “intrínseca”: por ejemplo, la del profesor que disfruta enseñando.
 
La motivación activa nuestra diligencia y, en definitiva, nos hace trabajar más y mejor, disfrutando por ello. Así considerada, la motivación es incuestionablemente deseable, y sólo falta conseguir que el esfuerzo del individuo genere el mejor rendimiento. A los directivos corresponde el asegurar que así sea: que no haya “fugas” de energía.


En la figura hemos querido representar la relación más natural entre los conceptos manejados, y también las posibles “fugas”.
 
Conclusión
La mejora del rendimiento parece una exigencia incuestionable en la actualidad y, para cada uno de nosotros, depende de nuestro perfil profesional y de nuestra satisfacción y motivación. Los directivos-líderes del siglo XXI desempeñan un importante papel en estas variables, pero los trabajadores están asumiendo mayor protagonismo cada día y pueden encontrar elementos que nutran su motivación intrínseca. La motivación es necesaria para alcanzar un elevado rendimiento y esto, incluso sin necesidad de acudir a la analogía deportiva, lo comprobamos diariamente.